Tinta fresca
Rodrigo Soto G
A veces uno piensa que en este país somos de nacimiento choriceros, chapas, chapuceros y chambones, pero otras veces me digo que sólo somos un poco achantados. Es un país chiquititico, pero hay de todo un poco: cholos, chinos, negros chumecos y machillos. Ah, indios también... Eso sí, en la tele no se ven, todos los que salen parecen gringos.
Si uno es chepero, cuando está chacalín le dan bastante leche en chupón, le compran chupetas y toma chocolate, pero si no, si acaso le dan agua chacha y atolillo. Después, más chamacos, cazamos con flecha güirtizas y piches en el río, y lechuzas, chorchas y chisas en el cucurucho del cerro, allá, entre los ojoches, los pochotes y los cachás, cerquita de donde vuelan los zonchos. También jugamos chócolas con las bolinchas, y hacemos chinitas en los charcos que quedan después de los aguaceros.
Mi tata era un concho de chonete, chaparrito pero pochotón, de los que fumaban cachimba, choteador y chapado a la antigua. Como decía él: un viejo chirote. Yo soy el cumiche, pero como era chúcaro y un poquitillo chueco, de chiquillo me agarraba a chilillazos. Para que no me diera con el chicote o la cincha, lo que yo hacía era chanear. Ahí fue donde me hice chanero.
Empecé a trabajar chapeando el charral con machete veintiocho. Después chambié volando zacho y en un trapiche. Mi mama cuidaba los chompipes, las gallinas y los chanchos, y cocinaba chancletas de chayote, picadillos de arracache y chicasquil, y dulce de chiverre; freía chuletas y chicharrones, y comíamos tanto que nos daban empachos. También cocinaba unos sancochos riquísimos, teñía el arroz con achiote y hacía enchiladas, chalupas, chilaquilas y carne mechada. Otras veces preparaba biscochos, hacía melcochas, chorreadas y arroz con leche. Mi mama sí era chineadora. Antes de que se cacharpeara y le vinieran los achaques, le saliera un güecho y se pusiera chocha, ella me enseñó que en esta vida se va de güicho el agachado, y que por nada del mundo hay que achicopalarse.
Después fue que todo se descocheró: tuvimos una mala racha, perdimos la cosecha y nos quitaron la finca, con todo y rancha. Por dicha teníamos una buchaquita. Con eso nos vinimos a Chepe cargando el chunchero, sin saber lo que íbamos a hacer. Empezamos viviendo en un chinchorrillo, en una cobachita, un cuchitril; después nos conseguimos este chante. Aquí me hice pachuco y aprendí a fumar mecha con la chusma; aunque casi sólo consigo burucha, a veces nos llegan puchos de la buena, y me prendo semerendos cachirulos. Es cara, pero no hay que ser pinche ni andarse con pichuleos ni cochinadas.
Como soy chispa, me hice choricero. Puse un chinamillo, donde vendo toda clase de cachivaches, cherevecos, chuicas y chunches viejos. Aunque soy empunchado, me gano cualquier cuecha. Casi no veo la chochosca, pero eso es tener caché, tener estilacho. Es que me cuadra andar chaineado. También chambié como cheque en los buses de Chacarita, pero eso está lleno de chapulines y uno ve ¡cada ficha!
Juego chances dos veces por semana, pero para pegar hay que ser derecho como Tencha, Lucho o Chavela. Esos chavalos sí son lecheros, o mejor dicho, chanchulleros o buchones, porque a cada rato les llega Colacho; como no uno, que nació medio choreco, o más bien chollado. ¡Acharita!
El último pacho fue con Meche, Moncho, la Macha, y ese otro bichito medio bochinchero, el tal Nacho. Nos fuimos a las fiestas de Hojancha y nos empachangamos. En medio de la charanga, empezamos a chupar chinchiví. Después la Macha sacó de su mochila una pichinga de chicha y una pachita de chirrite. Yo lo tomaba como si fuera ponche, y como no aguanto mucho, en dos toques estaba hasta la... Al principio nos pusimos a contar chiles, pero Chavela parecía una chachalaca y no soltaba el churuco.
Después, sobre la nada, Nacho, que es un hachero y un metiche, me empezó a chingar y a decirme cualquier cantidad de pachotadas. Borracho yo me arrecho rapidito, así que me puse chivísima, me encachimbé y le arrié tan duro que le dejó un chichotón y tamaña chibola en un guacho. En medio del miche, Nacho sacó un chuzo, viera que gacho. Por dicha yo también traía chafirra, pero nos separaron y el mamarracho ese se salvó, porque con cutacha yo tengo cancha, y en la de menos lo hubiera mandado a ver los helechos y el churristate por las raíces. Por dicha no me encholé en ese colocho... ¡Machalá! Yo no quiero que me encholpen, ir a escorar a chirola. Pero al menos le hinché la jacha. Estaba tan borracho que me eché un rancho.
Me desperté con la camisa manchada y llena de churretes. A la par estaba Meche, toda mechuda, durmiendo casi chinga. Tiene unos chanchitos como cachetes, pero ¡qué va!, así como estaba, todo engomado, yo no compongo. Le rogué a Tata Chuz que me ayudara, pero Meche también estaba achantada, y al final no pasó nada. Me gusta apechugar lo que hago y que no me anden metiendo en chismes, así que lo digo claro: entre Meche y yo no pasó nada.
Cuando salimos del cuarto, las chicharras sonaban como si estuviera cayendo un chaparrón. Me tomé un fresco de chan y caminé hasta el río, me quité las chinelas y ¡chupulún! me di un buen chapuzón en el chorro. ¡Viera qué rico! ■
Citar como:
Rodrigo Soto. «Un cuento chirrisco» Revista dominical, La Nación. 1 de abril de 2001. Página 23