Tinta fresca
Rodrigo Soto G
Voy a hablarles de mi tata. Ayer cumplió 73 años y tengo unas ganas locas de aprovecharme de este espacio y saludarlo aquí, como en las tarjetas que se publican cada 2 de enero en este diario, para festejar al célebre niño Goering José. Mi tarjeta diría algo así: "¡Feliz cumpleaños, güevón!" (él y yo nos tratamos de esa forma, ojalá con un güisquito en mano). O también podría decir: "En compañía de sus seres queridos, celebró setenta y tres añitos el simpático roquito Fulano de Tal" (un resquicio de pudor me inhibe de escribir su nombre aquí). O bien: "¡A un Padre y a un Hombre Excepcional, Felicitaciones en tu Septuagésimo Tercer Aniversario!" (Y por supuesto, la tarjeta incluiría una borrosa fotografía de pasaporte, en la que él mira al vacío con una sonrisa aburrida). Sé que estas tonteras lo divierten, y por eso empiezo con ellas.
Su cumpleaños es mi día del padre, porque en la casa familiar jamás festejamos esa fecha, ni el día de la madre, ni el del niño, ni ninguna de esas celebraciones a las que consideramos siempre ridículas y convencionales. Rabiosamente anticlerical (acaso herencia de su familia liberal de pura cepa) y socialdemócrata más que convencido, sólo en muy contadas ocasiones y en su círculo más íntimo, mi tata se permite que lo desborde la pasión. De otra forma es mesurado, y escoge cuidadosamente las palabras antes de hablar. Un retrato del expresidente Oduber en su oficina, y una foto de juventud, en la que aparece con un grupo de jóvenes mal armados junto a un avión DC-3 (invasión del 55), así lo testimonian. También cuelgan en su oficina retratos con algunos de sus más cercanos amigos.
Tengo la certeza de que mi tata ha sabido cultivar la amistad. Creo que esto dice mucho de él. Algo más excepcional en su generación, es el hecho de que haya gozado de la amistad de algunas mujeres. Por eso, cuando discutimos con mis amigos si es posible la simple amistad entre personas del sexo opuesto, no dudo en asegurar que sí lo es. Para eso tengo su ejemplo.
Él, y sus hermanas y hermano, tuvieron la sabiduría de sobreponerse a devastaciones económicas y familiares (tal vez no mucho peores que las de otras familias, pero a las que consideramos especialmente terribles, quizás por ser las que nos tocaron), no sólo con cierta "elegancia"-es decir, con un auténtico sentido de aceptación de los azares de la vida y de su carácter profundamente impredecible-, sino, lo que es más importante, con su sentido del humor intacto. La risa de mi padre es célebre todo el territorio de mi corazón.
Mientras tuvo que bretear, mi tata no le zafó el hombro al trabajo. Y eso que buena parte de su vida le tocó hacer cosas que no le gustaban. Por supuesto, a veces se quejaba, pero jamás se echó para atrás. Cuando ocupó puestos en los que tuvo que dirigir personal, se ganó el cariño y el respeto de sus subalternos. Esto siempre se lo he admirado. Es que mi tata tiene don de gentes. Pregúntenle a quienes lo conocen.
Pero la característica más notable de mi tata es su sentido de la rectitud. Lo increíble es que lo ha ejercido y nos lo ha transmitido con una increíble suavidad, muy lejos del estereotipo del padre severo, distante y patriarcal. Aunque es más bien reservado con sus sentimientos, es suave y constante en ellos, de modo que crea a su alrededor un ambiente de seguridad y estabilidad, que con los años he llegado a considerar el símbolo del hogar.
Por supuesto, no todo ha sido fácil entre nosotros. Me tomó algunos años superar las diferencias que nos separaron durante el inicio de la juventud. Supongo que son parte del crecimiento, de la afirmación de la individualidad. En todo caso, he disfrutado mucho de volver a acercarme a él con la mirada agradecida y amorosa del adulto. Y me considero dichoso por haberlo hecho.
Hedonista impenitente, mi tata ha sido toda su vida un buen bebedor, un amante de las carnes rojas "vuelta y vuelta", y durante años, de los puros habanos (hasta Fidel Castro los tuvo que dejar). Tanguero empedernido, figuerista convencido, lector asiduo y bastante fiebre del futbol, detesta los convencionalismos y las ocasiones sociales. Por eso no me queda más remedio que festejar el día del padre el día de su cumpleaños, y que poner esta tarjeta de felicitación, no en las páginas sociales, sino abusando de este espacio y de tu paciencia, estimado lector. ■
Citar como:
Rodrigo Soto. «Todo sobre mi padre» Revista dominical, La Nación. 3 de septiembre de 2000. Página 23