Artículos de prensa

Mi Sabana

Tinta fresca
Rodrigo Soto G

Mi Sabana existe desde antes del Diluvio y sobrevive a todas mis muertes y a todas mis resurrecciones; como la Puerta de Alcalá en la canción de Ana Belén y Víctor Manuel: ¡Ahí está, ahí está viendo pasar el tiempo! Mi Sabana me conoce desde antes de nacer, y me es imposible pensar en una etapa de mi vida en que no esté presente. Así, la veo junto a los papalotes, los caballitos y las avionetas de mi niñez; la veo en las mejengas de mi adolescencia, en las caminatas nocturnas de mi primera juventud, en los paseos amorosos posteriores y en las luminosas tardes de diciembre ya en mi madurez o como se llame esta dicha de saberme (aunque sea saberme transitorio, y aunque saberme sea transitorio).

Pero si mi Sabana me ha visto cambiar, yo también soy testigo de algunos de sus cambios: el viejo aeropuerto de avionetas, las carreras de carros y de motos alrededor del Estadio Nacional, el partido Santos-Saprissa con el rey Pelé; el parque en construcción, con su enjambre de vagonetas rojas pululando como abejones febriles... Y luego los pequeños eucaliptos recién plantados, a los que miré con la doble certeza de que he de morir antes que ellos, pero que antes de que eso suceda podré alardear ante los jóvenes, contándoles que soy más viejo que esos árboles. Y, desde luego, el parque como luce hoy, que visito cada tanto para dejarme seducir por su belleza y atrapar por los recuerdos.

Pero encuentro un tanto ridículo entregarse a la nostalgia y escribir sobre recuerdos cuando se tiene apenas algo más de 40 años. Prefiero entonces preguntarme si cada uno de nosotros lleva en su interior un sitio equivalente: un lugar que permanece ahí en medio de los cambios, aliviándonos con su presencia del horror y la voracidad del tiempo; un lugar que se transforma incesantemente para permanecer, enseñándonos así que en la vida todo es cambio... Me pregunto, pues, si las pequeñas enseñanzas y las secretas alegrías que me depara a mí ese parque, te las deparará a vos otro paisaje entrañable e íntimo que te acompaña desde que tenés memoria... Ojalá sea así, para que entendás mejor la emoción que me produce ir a La Sabana un domingo, un sábado en la tarde, y pasearme por las alamedas y mirar los árboles, los niños y la gente...

El Parque de La Sabana tiene para mi ese significado, esa importancia. Aprecio y agradezco lo que otros han hecho para conservarlo y embellecerlo: las esculturas juguetonas en torno al lago, y las más serias en el Museo, el laguito con sus patos y peces incluidos, las alamedas serpenteantes, la colina frente al ICE y su callada colección de árboles nativos. Hasta los edificios del ICE, de un lado, y de la Contraloría, por el otro, le aportan, por contraste, algo de armonía, con su arquitectura modernista de concreto expuesto.

Dicen los entendidos que esa es la importancia del paisaje: forja nuestra identidad, crecemos entrelazados a él, descubriéndolo al tiempo que nos descubrimos, transformándonos al tiempo que lo transformamos, recreándonos al tiempo que lo recreamos. Hay algunos sitios que nos son tan familiares como nuestra familia, o incluso más. Son como anclas en el tiempo que nos ayudan a saber quiénes somos, de modo que cuando nos sentimos perdidos y no sabemos dónde ir, regresamos a ellos en busca de alivio y orientación.

Por eso es importante que haya cosas que se mantengan; cosas que, aunque cambien, permanezcan. Así todos nos podemos mirar en ellas y descubrir cuánto hemos cambiando, así todos nos podemos mirar en ellas y descubrir que seguimos siendo los mismos, aunque afuera todo sea distinto.

Ojalá vos también tengás tu propia Sabana en algún rincón de tu pueblo o de tu ciudad. Ojalá nunca te la destruyan para que tengás la posibilidad de regresar a ella cada vez que querás hacerlo. ■

Citar como:
Rodrigo Soto. «Mi Sabana» Revista dominical, La Nación. 1 de agosto de 2004.