Artículos de prensa

La ciudad que no fue

Tinta fresca
Rodrigo Soto G

Para los locos de
"La Calle donde Creció Roxana".

Una vez más, camino a paso lento la ciudad. Semidestruidos, dispersos y sin ninguna conexión entre sí, aparecen aquí y allá vestigios de un San José que desconozco, que apenas imagino: una calle en barrio Luján, media cuadra en barrio México, algunas casas en barrio Los Ángeles, La Pitahaya o el Pacífico, un par de esquinas en Don Bosco y Aranjuez... Pequeños rincones que me ayudan a imaginar la vida en San José durante la primera mitad de este siglo. Los barrios de los ricos, como siempre, han corrido mejor suerte, y en Escalante y sobre todo en Amón, se realizan algunos trabajos para evitar la ruina total...

El centro es lo peor de todo. Aquí, hasta el menor asomo de coherencia urbana desapareció; aparte de las iglesias abundantes y de algunos edificios escondidos, la tiranía del "modernismo" arrasó con todo, y cada edificación fue construida como si las demás no existieran. Más que de caminante, mi labor es una suerte de arqueología urbana, que malamente me ayuda a imaginar la vida de los hombres y mujeres que construyeron y habitaron esta ciudad.

¿Cómo interpretar la destrucción sistemática y total de una ciudad? ¿Qué se supone que debemos pensar de quienes hicieron esto y de quienes permitieron que esto sucediera? La ciudad es historia viva, y solo puedo explicarme su destrucción como un intento de destruir nuestra memoria. Incoherente, fragmentaria y dispersa como la ciudad, así es nuestra memoria histórica. No es, pues, casual ni inocente la ruina de San José. Ahí se expresa la vergüenza de los que, aunque tal vez no lo adrnitan, preferirían haber nacido en Inglaterra, Francia o los Estados Unidos; ahí se expresa el rechazo y el desprecio que sienten algunos por lo que somos y fuimos.

¿Quiénes destruyeron la antigua Biblioteca Nacional para hacer ahí un parqueo, diez parqueos, cien parqueos y quiénes lo han permitido? ¿Quiénes dictan y defienden las leyes para que esto sea posible? ¿Quiénes consideran esto normal, y desde sus posiciones de poder y decisión no hacen nada para impedir que barrios enteros se derrumben o sean demolidos? ¿Quiénes se amurallan en sus condominios y cruzan la ciudad, rumbo al mall, con los vidrios de sus carros bien subidos?

La ciudad, desestructurada y rota, apenas nos dice nada de la vida antes de la modernización que se emprendió a mediados de siglo. Los contrastes y oposiciones sociales de entonces, el sentido del tiempo y del espacio, de la familia, la diversión y el trabajo -todo lo que se materializa en el texto vivo de la ciudad-, fue ocultado bajo rótulos comerciales, cortinas metálicas y la carpeta de asfalto; y aunque el sentido de pertenecer a una comunidad todavía se respire en algunas de las viejas barriadas, es cuidadosamente disfrazado para ocultarlo como a una embarazosa cicatriz.

Aun así, en lo que sobrevive de aquellas calles, de aquellas plazas y de aquellos edificios, se olfatea una época en que el american way of life no era todavía la norma, el modelo ni la redención, y aunque los ricos imitaran en todos los patrones de vida europeos, otros sectores de la población alimentaban un espíritu que tal vez pueda llamarse, con justicia, "nacional": maestros, artesanos, etcétera. En aras del discurso totalizante (y totalitario) de la modernización, todo vestigio de lo anterior debía destruirse.

San José no existe, tal vez nunca existió. Es solo una sombra, como sombras somos sus habitantes, despojados de nuestra memoria, sin un espacio en el cual proyectarnos, identificarnos y reconocernos; vaciados de historia, monigotes en manos de los que acaparan el derecho de escribir la ciudad y de construir la historia.

San José

Oscuro de risa cada vez más sola
camino la ciudad de mis muertos

Afuera
la barriada se despeña en el barranco
Mocosos de ojos grandes
interrogantes
juegan a esconderse
o miran pasar los carros y a la gente
con seriedad bovina

El río se pudrió en la memoria
Bastaron unos años
para desbaratar su aurora
y secar su cauce de grillos
y amapolas

Ávidos, sedientos
los carros devoran la ciudad
Su aliento ensucia la mañana
y arrasa los recuerdos

¿Qué fue de la ciudad de mis abuelos?
¿Dónde soñaron sus vidas
y alimentaron sus huesos?

No siento nostalgia por lo que perdí
sino por lo que me arrebataron
sin siquiera conocerlo. ■

Citar como:
Rodrigo Soto. «La ciudad que no fue» Revista dominical, La Nación. 21 de junio de 1998. Página 23