Libros
Rodrigo Soto
E1 de los aforismos es un género incómodo, que no termina de resolver la contradicción que le es inherente: de un lado cierta liviandad a que lo condena su carácter fragmentario y discontinuo, y del otro la densidad propia de una serie de pensamientos y reflexiones que a menudo son síntesis, destellos iluminadores de todo un esfuerzo de producción intelectual.
Tal vez por ello este género ha sido escasamente cultivado en nuestro medio. Salvo las Candelillas, de Max Jiménez, y un par de libros de Fernando Durán Ayanegui, no tengo noticia de otras obras de autores nacionales de este género.
Por mi parte, alguna vez escribí lo siguiente: "Los aforismos son lectura de sanitario. En ningún sitio, como en la intimidad del retrete, despliegan tan bien su enr.:mto ni cumplen mejor su cometido". Además de una propuesta de lectura, hay en esta afirmación una asociación escatológica, igualmente discontinua e intermitente.
La reciente lectura del libro Tardes de domingo, de Francisco Rodríguez Barrientos, me ha confirmado algo que venía sospechando, y es que el mayor desafío de cualquier libro de aforismos, es precisamente su organización como discurso; es decir, la forma como se despliegan una serie defragmentos que han sido concebidos, producidos, escritos, de ma- nera discontinua y -más aún-, inconexa.
Así, la pregunta central que plantea este género a un escritor, es: ¿debemos dar coherencia (o al menos una apariencia de coherencia), a una sucesión de pensamientos cuya esencia es precisamente su discontinuidad, el desafío que supone a la noción de discurso?
Hacer tal cosa parecería una contradicción, pero resulta por demás inevitable, puesto que la única forma de hacer inteligible un con- junto cualquiera de ideas, impre- siones o pensamientos, es sometiéndolos al rigor de un principio de organización; es decir: organizándolos como discurso.
Aquí los aforismos "respiran"
En su libro, Francisco Rodríguez enfrenta y resuelve este asunto con éxito y elegancia. A pesar de tratarse de una serie de reflexiones en principio inconexas, están or- ganizadas de tal modo que uno tiene la sensación de haber entablado un diálogo con el autor. Los aforismos "respiran"; los temas fluyen; nuestro pensamiento -en tanto lectores-es conducido de manera casi imperceptible a través de los diferentes temas que el autor aborda. Este efecto de armonía y organicidad es a mi entender uno de los mayores logros del libro que nos ocupa.
Los temas que inquietan al autor son numerosos y variados, y en muchos sentidos complementarios y contradictorios entre sí: la soledad, la muerte, el deseo, el cuerpo, el erotismo, el pasado, el tiempo, la historia, el arte, la belleza, la dominación social, para mencionar solo algunos. Coexisten en el libro la anotación sagaz de lo que el autor descubre en su entorno social, con la meditación íntima, a menudo desesperanzada y melancubrirlos, en llamarnos a la cordura cólica, acerca de su circunstancia histórica o personal.
En muchos casos, sus aforismos tienen el tono de "meditaciones poéticas", en las que se trasluce una sensibilidad despierta y a veces atormentada, al lado de una inteligencia penetrante y de una cultura amplia y bien templada.
Dardos escépticos
A lo largo de estas Tardes de domingo, el autor dialoga con numerosos autores de las épocas más diversas: de Cioran a Nietszche; de Tucídides a Pascal; de Marx al Ché Guevara. La mayoría de ellos pertenecen a la tradición occidental, aunque en algunas ocasiones pone de manifiesto su interés y conocimiento de diversas fuentes orientales, del I Ching a Mencio.
Con estos aforismos, el autor toma distancia de todo lo que observa -los afanes humanos y sus propios afanes como individuo-, para afinar su puntería y lanzar con mayor precisión los dardos de su lucidez, que en su caso equivalen a los dardos del escepticismo. Y es que, en efecto, el escepticismo resulta la nota más frecuente y, en cierto sentido, el punto culminante del esfuerzo de construcción intelectual del autor.
Y aquí alguien podrían preguntarse: ¿construcción mediante el escepticismo? • Todo el proyecto cultural de Occidente, de la modernidad a nuestros días, está atravesado por esta contradicción entre la fe en las luces y lo que podríamos llamar el "escepticismo ilustrado". Como el Yin y el Yang, no pueden concebirse la una sin el otro; se necesitan y reclaman mutuamente.
Las luces desembocan tarde o temprano en el escepticismo; el escepticismo tiene como fundamento, como punto de partida, la confianza en la razón humana. El dragón se muerde la cola; sístole y diástole; el círculo se cierra para que el movimiento del espíritu humano se mantenga.
Si es cierto que los sueños de la razón engendran monstruos, los escépticos son los primeros en descubrirlos, en llamarnos a la cordura y volvernos a la tierra. Generalmente hacen esto con una mezcla de amarga ternura y condescendencia. tienen el tono de "meditaciones".
Ejercer el escepticismo es tarea de solitarios lúcidos y requiere de temple moral e intelectual. Creo que ambas cosas están presentes en ellibro de Francisco Rodríguez Barrientos. Desde luego, no intentaré resumir, ni mucho menos sistematizar algo cuya esencia es precisamente el ser asistemático. Tampoco incurriré en la tentación de repetir aquí las anotaciones, pensamientos y aforismos que más me han impactado.
En resumen, en esta colección de reflexiones, impresiones y meditaciones poéticas, nos asomamos a las contradicciones que agitan a un espíritu de nuestra época, lúcido y solitario. Como lector se lo agradezco a Francisco Rodríguez Barrientos. Su libro Tardes de domingo permanecerá en la pequeña biblioteca que mantengo en el baño de mi apartamento, como alimento incomparable durante mis momentos más solitarios e íntimos.
Citar como:
Rodrigo Soto. «Elogio del escepticismo». Áncora, La Nación. 31 de agosto del 2003. Página 6.