Tinta fresca
Rodrigo Soto G
Una flor puede ser una revelación de la verdad del mundo.
A veces, la conciencia me asalta con su certero latigazo de luz; súbita-mente caigo en cuenta de mi "estar-aquí"; palpo mi rostro y pondero su arbitrariedad y extraña hermosura; miro a mi alrededor y todo es nuevo, misterioso y distinto.
...Y en aquellos arrebatos de extrañeza advertía -volvía a descubrir-, lo incomprensiblemente aterrador del mundo, con sus alargadas y sinuosas formas, sus destellantes colores, con la alucinante diversidad de seres que lo habitan...
Son tan pocos los momentos de plena vigilia en el curso de un día, que se les reconoce sin dificultad.
El doméstico es uno de los ámbitos donde ejercito mi vida consciente. En la silenciosa intimidad, en las ceremonias y rutinas de la vida diaria, encuentro una magnífica oportunidad para ejercer la conciencia.
Uno de los motores de mi actividad creadora, es la necesidad de comunicar mi asombro ante el hecho de vivir, un deslumbrado darme cuenta del "ser" que genera la urgencia, la imperiosa necesidad, de compartirlo con otros.
El mismo poder generador que mantiene vivo el mundo se manifiesta en la voluntad creadora del artista.
Es de la confrontación a la que uno se somete, del torrente de la duda proyectado sobre el mundo y lo que ha sido dado como cierto, de donde brota la chispa, el pathos que da vida e ilumina la obra artística que respira.
Que nada escape a tu asombro, que nada quede libre de tu curiosidad, de tu insaciable vocación de mundo.
El valor de la sorpresa, de lo inesperado, en el goce estético.
El carácter de revelación que tiene un poema para el lector, cuando la comunicación se establece.
El arte consiste en jugar con las leyes.
Sólo siento que realmente estoy vivo cuando escribo con regularidad. Todo adquiere otra intensidad, otro relieve; en cierta forma, es como si al calor de las fantasías, la vida despertara; como si, fecundadas por la imaginación, nuevas zonas, texturas, colores, se hicieran visibles.
De todos los términos que conozco para aludir a eso que nos distingue -mente, espíritu, alma, etcétera-, "la imaginación creadora" es el que más me gusta, y con el que me identifico mejor. La "imaginación creadora" presupone todas nuestras otras facultades: el pensamiento, la palabra, la conciencia, e incluso nuestras habilidades técnicas y manuales -el homo faber-, pero acentúa dos aspectos esenciales: uno, el diálogo entre lo "material" y lo "espiritual", y dos, la importancia de la visualización imaginaria en la aventura humana. Somos, pues, producto y agentes de la imaginación creadora, o para decirlo en términos de hoy, somos sujetos de la imaginación creadora.
Cada vez me parece más improbable la inexistencia de Dios.
Como especie, hemos demostrado a lo largo de la historia tal capacidad de crueldad, tan abrumador empeño en la destrucción y el odio, que sólo concibo tres posibilidades: Dios no existe. Dios es cruel, o existe la misericordia divina.
El desafío consiste en construir afirmando los aciertos y superando los errores. Pero esto supone que la destrucción es parte del proceso creador. Por lo tanto, toda la sabiduría consiste -y el destino de la obra depende-, de nuestra capacidad para distinguir los aciertos de los errores, lo que está bien de lo que está mal. Por eso, aún en la "destrucción" debe prevalecer la voluntad creadora. En otras palabras: la tarea de demolición debe subordinarse siempre a su finalidad creadora. La ruptura utópica, el "borrón y cuenta nueva" es suicida, puesto que nos priva de lo único que tenemos: la herencia del pasado, con sus horrores y miserias, pero también con sus aciertos decantados por la historia.
Si le abres el cuerpo a cualquier persona, encontrarás las tripas y los intestinos repletos de caca, y mil cosas desagradables y oscuras, y más allá, el corazón palpitante afirmándose en su ciega voluntad de vivir. De la misma forma, si le destapas el psiquismo a cualquiera, encontrarás también tripas y odios y miedos y cosas gelatinosas y oscuras, pero siempre, un poco más allá, la indeclinable vocación de aferrarse a la vida a cualquier precio, por todos los medios.
Perderse y reencontrarse, desdibujarse y recomponerse, sustento de todo crecimiento personal: tener el coraje de abandonar tu trillo y meterte en la maleza, intentar atajos, vías alternas, trampas, suampos y caídas. Después, desandar tus pasos, coleccionar tus huesos, decirte: "aquí cayó, aquí lo recupero"; "en esta esquina dejó el pellejo", y con la misma extrañeza que una serpiente su vieja piel, mirarte cara-a-cara, reconocerte ahí.
El odio y los resentimeintos "ciegan", el amor revela o ilumina.
El cielo puede compartirse, pero el infierno siempre es personal. ■
Citar como:
Rodrigo Soto. «El pensamiento roto (3)» Revista dominical, La Nación. 21 de mayo de 2000. Página 23