Artículos de prensa

Contabilidad básica

Tinta fresca
Rodrigo Soto G

Fin de año. O dicho mejor, Año Nuevo. Como en la canción recurrente, me dispongo a hacer el balance de rigor: me dejó una chiva, una burra negra, una yegua blanca y una buena suegra...

Operación básica de contabilidad existencial, este momento en que, lápiz en mano, nos disponemos a poner en claro nuestras cuentas con la vida.

Tengo la impresión de que somos pésimos contabilistas. Avasallados por la sobredosis de información a la que nos someten los medios de comunicación, no perdonamos ni una de las frustraciones, violencias, decepciones, amarguras, pérdidas, desencantos, heridas, injurias y traiciones que nos traen los días.

Nos apresuramos a buscar nuestro cuaderno de contabilidad y, rencorosos o autocompasivos, anotamos cada una de las deudas que contrajo la vida con nosotros: de nuevo tuvimos que soportar el triunfo de los mezquinos; miramos cómo se celebraba el festín y el saqueo de la cosa pública; aumentó la desigualdad y crecieron el hambre y la violencia; nos azotaron desastres naturales y artificiales; afuera y en nuestro propio corazón se fortaleció la desconfianza, la indiferencia y el escepticismo; nos aislamos cada día más y sufrimos por ello...

De esta forma, la columna del 'debe' aumenta rápidamente, mientras que en la columna del 'haber' pasan días y meses sin que se registre el menor movimiento. Vistas, así las cosas, la vida es un pésimo negocio, y no aprobaría el examen del último aprendiz neoliberal. Vendamos, pues, la vida. O rematémosla al mejor postor, lo mismo da.

Sin embargo, vivimos. Es decir, nos aferramos a la vida. Algo en nuestra sangre, en nuestros huesos, nos impulsa a continuar viviendo, aunque nuestra contabilidad existencial indique que los números están en rojo, vivimos del crédito y de la fe en que algún día las cosas cambiarán.

Yo no sé si estas cosas van a cambiar algún día, o si van a hacerlo de una forma tan dramática como para que apreciemos el cambio. Sospecho que debemos buscar una respuesta a la pregunta de "¿por qué nos empeñamos en vivir?", en otra parte.

Y es aquí en donde pienso que convendría revisar nuestros sistemas de contabilidad existencial. Tal vez, la columna del "haber" comience a registrar movimientos si tomamos conciencia del hecho asombroso y desconcertante de estar vivos.

Cada minuto, nuestro corazón late medio centenar de veces, impulsando sangre por el sistema circulatorio del organismo.

El rumor oscuro de la sangre es un milagro que tiene lugar a cada momento. Entre veinte y cuarenta veces cada minuto, inhalamos y exhalamos gases de la atmósfera del planeta. Este intercambio es el más frecuente de cuantos realizamos con lo que nos rodea, y nadie nos lo puede arrebatar. Respiro, y ser consciente de ello me depara, sí, un placer elemental que anoto de inmediato en la columna del "haber". Bebo agua, sacio esta sed con un poco de líquido que me conforta, me alimenta, me reconstituye. Otro placer cotidiano que anoto en la columna del "haber". Y descargo, de pronto, una urgencia con la que el organismo me apremiaba. El alivio que me depara este modestísimo acto adquiere, de pronto, valor y dignidad.

Salgo. La luz llena a plenitud la mañana y le da realidad a las calles, a los árboles, a los pájaros que se afanan en sus vuelos. Los colores existen. Me llama la verde cabellera de un cedro; me convoca el amarillo intenso en la distante bola de fuego; me pierdo en el azul profundo del alto pizarrón del cielo... Enseguida, viene el viento con su roce inquieto; trae aromas vagos, arrastra en su corriente sonidos y músicas lejanas. Y como él, como el viento, yo también me desplazo.

Me encuentro con un amigo. Los sentimientos que me unen a él son ciertos, poderosos y sin duda, placenteros. Hemos caminado juntos un buen trecho, y nos hemos unido en el camino. Nos hemos apoyado. Compartimos. La amistad, cada uno de mis amigos, ocupa una página completa en la columna del 'haber'.

También aparece aquí mi amiga, mi mujer. Estos sentimientos son igualmente verdaderos. Aquí está la alegría siempre nueva de encontrarnos y reconocernos; aquí se despierta la atracción, revive la solidaridad, crece la satisfacción de compartir los trabajos y los días...

Nuestro hijo pronunció hoy su segunda palabra, y escucharlo me reveló una verdad que no sé cómo expresar. Quizás sea algo demasiado básico para capturarlo con palabras, pero sin duda ocupa un espacio en la columna del "haber".

Escuché una melodía, miré un cuadro y leí un libro. Todas estas acciones me sugirieron ideas, me produjeron sensaciones y me revelaron sentimientos que nunca había sospechado. Y hoy por la noche tuve sueños maravillosos o extraños.

Este año, como todos los años, florecerán los porós. En los campos, las siembras han crecido y prometen cosechas abundantes. Las estrellas y la luna siguen en su sitio, acompañándonos. Todo esto es un milagro.

Un colibrí en suspenso. Un mango carnoso y espeso. Una hermosa muchacha con la que cruzo una mirada al pasar. La conversación inesperada con un desconocido. Cosas sencillas. Pequeños milagros de todos los días. Cosas para anotar en el cuaderno de contabilidad: un propósito para este año. ■

Citar como:
Rodrigo Soto. «Contabilidad básica» Revista dominical, La Nación. 5 de enero de 1997. Página 19