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Figuras en el Espejo
Víctor Hugo Acuña Ortega

Una justificación
Solo dos veces en mi vida he comentado en público una obra literaria y las dos veces lo he hecho… a solicitud de Rodrigo Soto. La primera me pareció normal aceptarlo y me resultó sumamente estimulante porque se trataba de volver a leer una novela desde mi condición de historiador; me refiero a Mamita Yunai de Carlos Luis Fallas. En aquella ocasión, me pareció que contaba con algunos instrumentos para cumplir con el encargo. La segunda vez, esta noche, se trata de comentar la novela del propio Rodrigo Figuras en el espejo y la verdad es que, en sentido estricto, no he tenido claro como hacerlo porque no me ha parecido evidente cual era la clave de lectura apropiada de esta novela, más bien intimista y subjetiva. Tampoco al avanzar en la lectura me resultó evidente la razón por la cual Rodrigo me había invitado a fungir como comentarista, salvo, se me ocurrió en determinado momento, que estimara que tenía algo que testificar por pertenecer a la misma generación y a un círculo similar (el de la UCR de aquellos años) de los personajes de su novela; por lo cual algunas de sus vivencias no me son ajenas. Como se ve no estoy tan seguro que deba darle las gracias a Rodrigo por esta invitación, aunque, por supuesto, sí debo agradecerle me haya propuesto leer su novela, experiencia que me ha resultado entretenida, primera condición de una obra de ficción y, además, me ha suscitado inevitablemente, por lo ya señalado, distintas interpelaciones, vocación no siempre realizada por las textos literarios.

Sobre la obra
He disfrutado la lectura de esta novela porque Rodrigo tiene el don de la escritura y el encanto del narrador. Me he deslizado por la obra con comodidad y suavidad y me he adentrado con naturalidad y empatía en la historias de los cuatro personajes que presenta, dos hombres, un filólogo graduado en París y un tormentoso aspirante a escritor, y dos mujeres, una aspirante a bailarina emigrada a Estados Unidos y una antropóloga, que no llega a terminar sus estudios, trasplantada a Puerto Viejo de Limón. En el camino me han aparecido personas cercanas a mis afectos expresamente nombradas o incrustadas en un fragmento de la composición de alguno de los personajes. Pero no es por esas razones autobiográficas que haya disfrutado la lectura, sino por la consistencia de los relatos y por la verdad de los personajes. Ellos son dos hombres y dos mujeres que en una etapa de sus vidas tuvieron una relación de pareja; una formal y prolongada y la otra efímera y poco formalizada. Los personajes de Rodrigo están en la historia de los últimos cuarenta años; pero se podría decir que en sus vidas pesan más sus historias personales que la historia con H mayúscula. Esa ha sido la opción del narrador, ocuparse de la vida personal de gente más o menos común, podría decirse una cierta clase media urbana o urbanizada; pero quizás la opción le ha sido impuesta por la propia realidad en la medida en que la historia de Costa Rica, sus grandes acontecimientos políticos y sociales, han sido posiblemente menos determinantes en las vidas de los individuos en las últimas décadas en comparación con lo que pueden haber vivido personas de esa misma generación en los otros países centroamericanos. Para estos personajes, lo que pasa en Centroamérica y en Costa Rica, a pesar de estar presente en sus vidas, conserva una cierta distancia frente a la propia historia personal, salvo en el caso de una mujer cuya vida truncó o realizó, ¿quién sabrá?, la revolución sandinista.

Es interesante señalar que esos personajes lo que parecen buscar, precisamente, es tratar de hacerse individuos, en el sentido de intentar ser de algún modo sí mismos, sin otro referente que ellos mismos, y pareciera ser que lo logran mejor las dos mujeres que los dos hombres. En este aspecto, el narrador Rodrigo Soto, masculino, logra convincentemente, lo cual me impresiona, meterse en la piel de esas dos mujeres. Curiosamente en esa búsqueda las mujeres parecen tener más recursos (aquellos que derivan de la maternidad, me pregunto) que los hombres, los cuales o se queman las alas o apenas logran al final salirse del extravío para instalarse agónicamente en un estado de conciencia precario.

Sobre el significado de la historia
Aunque la atmósfera de la novela es subjetiva, las contradicciones internas de los personajes no están fuera de un contexto histórico social y remiten al fin o al ocaso de la Costa Rica rural y campesina y al nacimiento de la Costa Rica del presente. Los personajes se quedan sin los parámetros de la vieja sociedad e intentan dotarse de unos nuevos en el proceso mismo en cual va surgiendo la actual, tarea obviamente difícil. Pero es interesante señalar que ni el narrador, ni sus personajes tienen una mirada nostálgica de la sociedad de cuya desaparición son testigos. Posiblemente el mayor desafío que enfrentan los personajes en tales circunstancias es intentar producirse, inventarse o fabricarse como individuos. Esa sociedad de la que vienen es una sociedad de familias o clanes, antes que propiamente de individuos, y a ellos se les impone liberarse de esos universos gregarios y parirse de algún modo a sí mismos. Aparentemente, es en la esfera del amor y de la pareja donde se proponen producirse como individuos, pero, como ya dijimos, los hombres no lo logran, mientras que las mujeres tienen más éxito. Los hombres buscan en la mujer, pero en el fondo sin convicción, ese hacerse individuos, pero en el intento fracasan.

Desde mi punto de vista, es decir desde mi mirada como historiador, es posible que, Figuras en el espejo sea, más allá de su exploración por las contradicciones íntimas de sus personajes, un retrato o una indagación sobre la crisis de lo que podríamos llamar las estructuras del sentimiento o los paradigmas afectivos pequeñoburgueses de la sociedad costarricense. La familia pequeñoburguesa como continente y contenido de esas estructuras de sentimiento parece haberse agotado, por lo menos para ciertos sectores de la población. La certeza ha cedido su lugar al desasosiego y las soledades y los desapegos de los personajes van y vienen.

Pero, en fin de cuentas, el narrador de Figuras en el espejo nos seduce porque nos cuenta una serie de historias de amor y, como sabemos, la buena literatura lo que cuenta siempre son historias de amor; historias que atávicamente siempre queremos oír, leer o ver de nuevo a pesar de que también sabemos que, como dice un grupo francés de punk, “les histoires d’amour finissent mal en general”.


Gracias Rodrigo por las horas que he pasado en tu compañía y en la de los personajes de tu novela durante la semana anterior; fueron momentos en que estuve balanceándome, como el trapecista en el circo, entre la memoria y las recurrentes preguntas sobre el amor, sobre la vida y sobre la muerte, tanto en lo que a los otros toca como en lo que a mí me toca.

Noviembre, 2009

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