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De la utopía al desencanto
(fragmentos)
Margarita Rojas G. y Flora Ovares.


Más o menos a partir de la década de 1980 empieza a aparecer la producción de los narradores más recientes: Linda Berrón, Anacristina Rossi, Hugo Rivas, Víctor Hugo Fernández, José Ricardo Chaves, Dorelia Barahona, Carlos Cortés, Rodrigo Soto, y Fernando Contreras. Aunque se trata de sus primeras publicaciones, se pueden percibir ciertas tendencias de grupo.

Algunos de los títulos de los tomos aluden a uno de los temas fundamentales, la soledad y la incomunicación: Unica mirando al mar (1993), La cigarra autista (1992), Esa orilla sin nadie (1988). En efecto, muchos de los cuentos y algunas novelas se centran en personajes que deambulan solos por el mundo. Este es el caso, por ejemplo, de Ricardo Morúa, protagonista de La estrategia de la araña (1985) de Rodrigo Soto, y los personajes de los cuentos de La cigarra autista de Linda Berrón en el que abundan los seres solitarios («Escultor», «Nueve días»). La soledad del individuo a veces está marcada por algún rasgo que lo identifica y lo aísla del grupo. En «Plenicia», se trata de una niña de otro planeta que nace sin la capacidad de ser feliz; en «Del bestiario colonial», un niño con nariz de cerdo es aislado por la comunidad; en «El lecho de Procusto», al recibir este nombre, el personaje se va convirtiendo en un monstruo sádico que se dedica a matar viajeros.

Esta condición de soledad que define a los personajes se corresponde con la incomunicación que predomina en sus relaciones con los demás. En los diversos textos, la incomunicación se presenta en distintos grados. En la novela de Rivas, Esa orilla sin nadie , el grupo de adolescentes conserva aún algunos vínculos afectivos entre sí, la incomunicación mayor se da con respecto a la generación anterior.

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La relación entre los personajes se da más bien en términos negativos: violencia, locura, asesinatos, suicidios. Incluso, la sexualidad como experiencia comunicativa total con el otro se ve como imposible y en su lugar hay formas enfermizas, como por ejemplo, la violación de una niña en La estrategia de la araña. Esta misma novela se abre con una imagen que, a partir del tema sexual, se refiere a la incomunicación y la soledad como situación vivencial del individuo. Se trata del hermafrodita que Ricardo confunde con una prostituta. La sexualidad, trivializada, satura al punto que aleja a los participantes del rito amoroso.

En general, el individuo se relaciona con el mundo de un modo agresivo y violento. No sólo no lo entiende sino que se le presenta como una pesadilla y un laberinto sin salida, donde la única certeza es la muerte. Todo desplazamiento de los personajes no conduce a su liberación o transformación. A excepción del encuentro con Irene, cada recorrido de Ricardo Morúa en La estrategia de la araña lo enfrenta a un acontecimiento no querido por él, desagradable o violento, hasta la cárcel y finalmente el suicidio. En Esa orilla sin nadie la huída de Marco lo conduce también a la muerte.

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La narrativa del otro grupo de narradores --Rodrigo Soto, Carlos Cortés, Linda Berrón, Jorge Ramírez Caro, Hugo Rivas-- se caracteriza por:

. los personajes derro­ta­dos,
. la violen­cia como forma fundamental de la relación social
. la ausencia de salida ante los problemas vita­les
. la ciudad y la noche como espacio y tiempo preferidos.

La soledad y el desarraigo es la condición que define a los personajes de estas obras; se trata de individuos erráticos que deambulan en un mundo al que no logran integrarse. El exterior es un espacio hostil, pero además, el individuo no logra locali­zar allí el origen de la violen­cia. La realidad exterior resulta así no sólo resulta incomprensible: es una pesadilla y un laberinto sin salida donde la única certeza es la muerte.

En la narrativa costarricense anterior, por ejemplo, la de Carmen Naranjo, se percibe también un desencuentro entre sujeto y mundo. Sin embargo, su literatura intenta una explicación y así se propone como denuncia de los males sociales. Esto evidencia cierta confianza en el poder de la escritura, seguridad momentá­nea que va a desaparecer en la narrativa de muchos de los escritores más jóvenes. En su obra no hay ya esta confianza en la posibilidad comunicativa de la literatura, entendida como denuncia de una situación indebida.

La narrativa de este grupo, entonces, muestra no sólo individuos totalmente separados de su contexto sino una creciente pérdida en la capacidad comunicativa de la palabra literaria. De ahí el hermetismo de algunos relatos de Carlos Cortés y el predominio de la incomunicación entre el sujeto y los demás. Algunos títulos de estas obras revelan el problema de la soledad y la incomunicación, por ejemplo, La cigarra autista y Esa orilla sin nadie , historias de seres solitarios y errabundos en el mundo, que es también el caso de Ricardo Morúa, protagonista de La estrategia de la araña de Rodrigo Soto.

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Se podría generalizar, entonces, que la relación interindivi­dual en esta narrativa se presenta básicamente en términos de violencia, locura, asesinatos, suicidios. Incluso, se considera imposible la sexualidad como experiencia comunicati­va total con el otro. En el cuento «La mujer oculta» del libro del mismo título de José Ricardo Chaves, la incomuni­cación entre la pareja no sólo afecta el plano sexual: se trata más bien de la imposibilidad del personaje masculino de aceptar las característi­cas femeninas que existen en la psique de todo hombre, dificultad que finalmente conduce al personaje a su destrucción. En otros casos, la sexualidad se torna imposible y en su lugar hay formas enfermi­zas, como por ejemplo, la violación de una niña en La estrategia de la araña , de Rodrigo Soto. Esta novela se abre con una imagen que, a partir del tema sexual, se refiere a la incomunica­ción y la soledad como situa­ción vivencial del indivi­duo: se trata del hermafrodita que Ricardo confunde con una prostituta. La sexuali­dad, triviali­za­da, satura al punto que aleja a los partici­pantes del rito amoroso. Una frustración similar abruma al protagonista de «Sólo hablamos de la lluvia», también de Soto, quien deambula, obediente, tras la mujer con quien no logra la comunicación en ningún plano.

Por lo tanto, el despla­zamiento de los persona­jes no conduce a su liberación o transformación: a excepción del encuentro con Irene, cada recorrido de Ricardo Morúa en la novela de Soto lo enfrenta a un acontecimien­to no querido por él, desagrada­ble o violento, hasta la cárcel y finalmente el suici­dio. En Esa orilla sin nadie la huída de Marco lo conduce también a la muerte. En «Los dos caminos», del último libro de Rodrigo Soto, Dicen que los monos éramos felices , la conciencia de desarraigo en el contexto revela el espacio de la muerte como el único al que se puede aspirar:

Siempre llegamos demasiado temprano o demasiado tarde a las cosas, corremos tras "el momento preciso" como truchas tras el anzuelo. Al dar con él comprendemos que sólo la muerte llega a tiempo, pero entonces es demasiado tarde para llegar atrás (p. 8).

En: 100 años de literatura costarricense (San José, Farben, 1995).

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