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Sin otra luz y guía
La oscurana de Rodrigo Soto

Flora Ovares

La novela En la oscurana, de Rodrigo Soto (San José: Lanzallamas, 2012), desarrolla anteriores obsesiones del autor, como el papel del azar en nuestras vidas y la responsabilidad individual. Se trata de una obra madura, hecha con seriedad, que deja ver un cuidadoso trabajo con el lenguaje literario y que se lee con gusto. Hay que agregar que la edición de Lanzallamas es excelente, impecable.

Narrar desde sus ojos
En esta novela, Soto logra crear un narrador totalmente creíble y convincente. Aunque se narra en tercera persona, el mundo se despliega desde la perspectiva y la mirada de Sylvia, la protagonista. Se trata de una mujer de mediana edad, periodista ocasional para una revista costarricense, es decir, de alguien cuyo trabajo es el de escribir. Existe entonces un narrador impersonal que cuenta a través de los ojos de una mujer que escribe. Surge un contraste fructífero entre lo que podría ser una mirada reducida a la mente de la protagonista y el mundo que despliega la trama, mucho más amplio, pues ésta incorpora espacios geográficos y sociales muy diversos.

Sylvia ha recibido el encargo de elaborar un reportaje acerca de las amenazas al turismo en el país, que se cruza con otro trabajo relativo a un movimiento autonomista surgido en la provincia de Guanacaste. Entre las causas que justifican el reportaje, está la muerte de una turista holandesa en manos de un grupo de adolescentes. De este trabajo, que no leeremos en su totalidad, conoceremos una síntesis hecha por el narrador.

Por su parte, la trama a cargo del narrador presenta ribetes policiacos, una especie de aventura detectivesca de la cual Sylvia es protagonista. Hay que recordar que otro de los personajes predilectos de la narrativa de la generación de Soto es el detective, quien, a su vez, muchas veces, y como lo dicta la tradición, es también periodista.

Dicha trama pondrá al descubierto las conexiones entre el grupo separatista, el desarrollo turístico y un caso de pedofilia y prostitución. Además, la proximidad de lo detectivesco hace posible descubrir relaciones profundas e inesperadas entre actores y situaciones aparentemente alejados entre sí. La pesquisa, además, servirá para que Sylvia se plantee significativos dilemas morales que la enfrentarán a decisiones importantes.

Orfandades
El narrador se refiere además a la orfandad de Sylvia, a los asuntos personales de la mujer, su trabajo y sus desplazamientos. La preocupación por la orfandad no es nueva en la novelística de Soto y este escritor la comparte con otros de su generación, llamada a veces por lo crítica precisamente “generación de los huérfanos”, y que comprende a escritores nacidos entre 1950 y 1963.

Como ha indicado varias veces Margarita Rojas en sus estudios sobre este grupo de escritores, en las novelas de Rodrigo Soto cobra importancia un espacio citadino poblado de personajes caracterizados sobre todo por una condición, la de huérfanos, y por una actividad propia que consiste en el recorrido por la urbe .

La orfandad no es simplemente una situación casual experimentada por el personaje: es sobre todo, una condición existencial profunda. En las novelas de esta generación los personajes padecen y asumen su soledad; por otro lado, son “huérfanos de padre” porque de su mundo han desaparecido los valores, la confianza en un orden basado en la razón.

En este caso, el tema de la orfandad sustenta también otra breve trama detectivesca relacionada con el padre de Sylvia: la relación de éste con Marcial, una sencilla pesquisa que la joven lleva adelante mientras investiga los asuntos relativos a la industria turística; extrañamente, tiene que acaecer la muerte de Marcial para que se solucione el enigma.

Ya nos es conocido también el deambular del personaje, señalado por Margarita Rojas como otro rasgo de la narrativa de este grupo de escritores: Sylvia se mueve continuamente entre su casa y la ciudad, y en ocasiones recorre la urbe. Es importante, como siempre en Soto, la presencia del espacio citadino como un ámbito envolvente, lluvioso, oculto por la niebla, que acoge ese tránsito errabundo.

Amaba esa etapa de la estación lluviosa en que noche a noche las nieblas devoran la ciudad: unas pocas semanas entre setiembre y octubre, cuando las luces amarillentas del alumbrado público flotaban como islas en medio del naufragio general. Hacía algunos años Sylvia había llegado a la conclusión de que solo por las madrugadas, cobijada por el silencio y la oscuridad, o de esa forma, abrazada por la niebla, revelaba San José su humilde y esquiva poesía, su encanto pobre y popular (pp.32-33).

En su continuo ir y venir, ella se traslada incluso a zonas alejadas, como Guanacaste, aunque hay que señalar que, en esta novela, el desplazamiento de Sylvia es mucho menos errático que el de los personajes de anteriores novelas o cuentos del autor.

Persiste, eso sí, la sensación de un mundo regido por causas inexplicables y, sobre todo, azarosas. La función del narrador en cuanto tal y la de Sylvia como detective o periodista, más que explicar, es dar cuenta de estos vínculos secretos. El movimiento de ambos, el del narrador entre los vericuetos del texto y el de Sylvia por los entresijos de la sociedad, dibujará ante el lector una serie de “figuras” (para emplear el término cortaziano tan caro a Soto) inesperadas y singulares.

Estamos ante un universo unido por hilos invisibles, que dibujan figuras azarosas en la existencia y conectan a las personas y los hechos. La certeza de que cada movimiento individual tiene consecuencias en otro lugar y persona se traduce en una posición ética: independientemente del resultado, hay que actuar conforme a la convicción de que lo que se haga tendrá algún tipo de efecto en el entorno o en nosotros mismos.

Un texto que se refleja en sí mismo
La muchacha titula su trabajo, tras muchas cavilaciones, “Nubarrones en el paraíso”. El título, que es además el del tercer capítulo del libro, tiene un evidente parecido con el de la novela: “En la oscurana”, por lo que el reportaje que escribe la mujer y la novela misma resultan relacionados, son dos textos que se reflejan mutuamente.

Estos reflejos se perciben en los nombres y las relaciones que se establecen entre los cinco capítulos de la novela: así, hasta cierto punto se enfrentan las connotaciones de los títulos “Prisiones” y “Crisálida”. Las prisiones, que insinúan la rutina, los recuerdos, las obligaciones y los trayectos citadinos, se oponen a la crisálida, con sus alusiones a la metamorfosis, a la oculta potencialidad del ser y a la resurrección espiritual.

Como se dijo, la novela desarrolla una trama doble: la vida de la autora, íntima, detallada, personal, que trascurre sobre todo en San José, y los hechos de corte más social, la política, los atentados y la amenaza de la pedofilia, que suceden sobre todo en Cañas.

Hay también dos ritmos, claramente perceptibles a lo largo del texto: más moroso y lento cuando se narra la vida de Sylvia, más rápido cuando se cuentan las peripecias policiacas.

Numerosos detalles van oponiendo y anudando los diversos momentos de la novela, en claros paralelismos, como las muertes casi simultáneas de algunos personajes, el traje idéntico que usan unas mujeres.

No sólo se construye una especie de espejo textual en el que personajes y acontecimientos se reflejan unos a otros; también se alude directamente al doble y al desdoblamiento en lugares centrales de la novela, como en el episodio en que Sylvia se imagina chocando consigo misma en el camino de la montaña por el que desciende:
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Es como si la que desciende fuera otra persona. Piensa, fantasea que, si se viera venir con la cara-de-loca con la que subió, se haría a un lado para dejarla pasar y no le dirigiría la palabra (p.248).

Si a esta naturaleza doble del texto, se une la casi total cercanía entre el narrador y su personaje, que hace que el lector tenga todo el tiempo la impresión de que es Sylvia la que narra, surge una serie de interrogantes: ¿Es Sylvia un doble femenino del autor? ¿Es el mundo enajenado del turismo, amenazado por la corrupción, un doble del mundo de la novela y del mundo del autor, que es el nuestro? ¿Trata este libro de la identidad nacional, de la identidad filial o bien de la identidad literaria? ¿Hasta dónde son independientes esas diversas facetas de nuestra ser en la vida?

Tal vez el repaso de un episodio central aclare en alguna medida las relaciones entre el mundo novelado y una noción determinada del quehacer literario que, sugerida en obras anteriores de Soto, toma más fuerza en la presente novela.

Escribir de noche
Sylvia había tratado infructuosamente de escribir el texto que le había sido encargado, pero diferentes distracciones y actividades la apartaban de su deber. De pronto, hacia la mitad de la novela, en el capítulo titulado “Nubarrones en el paraíso”, una circunstancia específica le permite hacerlo.

El lugar donde escribe la joven, su apartamento, se localiza en lo alto respecto a la ciudad de San José pero a medio camino entre ésta y las montañas, es una especie de centro espacial. Aún más, este centro parece estar construido gracias a la mirada de la protagonista, que constantemente mira desde el refugio de su casa a la ciudad o la montaña, o bien se mueve en el carro o a pie desde su casa hasta esos sitios.

Sylvia terminó por habituarse a la visión de la ciudad tendida a sus pies, ya sea en su imagen diurna como un confuso hormiguero del que esporádicamente se desprenden reflejos como relámpagos o como una parpadeante alfombra luminosa, por las noches. En cambio cada vez que se da de bruces con las crestas azuladas de las montañas de Heredia y del volcán Poás, en el costado opuesto del valle, le gana un sobresalto, pues la solidez y la materialidad de las montañas la hacen consciente de su propia realidad, instalándola en el momento presente (p.16).

¿Qué sucede en este lugar? El ambiente de pronto se sumerge en la oscuridad, la oscurana, situación que permite a Sylvia reencontrarse consigo misma, con el recuerdo de su infancia y constatar la existencia de un hilo de identidad que la une con la niña que fue:

Y de repente se siente hermanada, misteriosa pero inextricablemente ligada, con aquella niña extrovertida y confiada, perdida en lo profundo del tiempo. Es una comunión fugaz pero inquietante que le produce una rara vivencia de continuidad, como si algo de esa niña aún viviera: un sustrato profundo, una partícula de ser que sobrevivía y se amoldaba a los avatares de su historia, adoptando la forma que convenía a sus circunstancias vitales _niñez, adolescencia, juventud, madurez o lo que fuera eso que vivía ahora_ pero conservándose en esencia idéntica (pp.209- 210).

De esta manera, la habitación oscura es también un punto de encuentro en el tiempo, el lugar que reúne el pasado con el presente de la muchach a. Hay pues un centro temporal, que coincide con un centro espacial situado entre el valle y la cumbre de la montaña y con uno estructural, la mitad de la novela.

En ese lugar, en ese eje del mundo que es la casa de la joven, donde aparentemente nos acontece nada notable ni tiene lugar ningún encuentro especial, ninguna actividad, suceden sin embargo hechos determinantes. Este capítulo, en el corazón de la noche y del libro, aparece como el generador de todo el texto, circunscribe el lugar, el estado de ánimo, la situación total de la escritura. Ahí reflexiona la protagonista acerca del acontecimiento que marcó su vida: la muerte del padre, la certeza de la orfandad. La llegada de la oscurana, de la niebla, la inmersión en la noche le permiten rencontrarse consigo misma, aceptar su pasado, asimilar plenamente su soledad, su orfandad esencial y, tras esto, logra su objetivo: escribir.

Una imagen poderosa queda en la retina del lector: la visión de Sylvia que escribe en la oscurana, desde la oscurana, rodeada por la niebla y la lluvia, escribe a mano, iluminada sólo por la luz de una vela. Y así, por la magia de la literatura, en esta novela de rasgos tan contemporáneos, la coincidencia de los elementos: agua, fuego, aire; la presencia de la oscuridad, la alusión a la vela, todo esto remite a una concepción del quehacer literario cercana a la mística: como el místico, el escritor está sumergido en la noche oscura del alma y camina, o escribe “sin otra luz y guía sino la que en el corazón ardía”.


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