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Una experiencia inquietante
Flora Ovares

Floraciones y desfloraciones de Rodrigo Soto sorprende gratamente a través de los veinte relatos que componen la colección. Los temas reiteran las obsesiones del autor: la incomunicación, el amor, la pérdida de la inocencia, la pregunta por el sentido de la vida en un mundo siempre ajeno, en una realidad en la que los protagonistas no terminan de encajar del todo.

Algunos cuentos ensayan la ruptura de las fronteras entre los mundos paralelos de la vida y la muerte, el presente y el pasado. Por ejemplo, en “Reunión”, la ubicación del narrador y su relación con el universo del cuento introducen súbitamente el elemento fantástico. Algo semejante ocurre en “El pasajero”, en que coexisten dos temporalidades distintas; la acertada elaboración del motivo del doble y la destreza técnica que le confiere un aire de extrañeza a lo narrado apoyan una exposición despiadada del hastío vital y de las relaciones de la pareja.

En “El monstruo de la laguna verde”, se invierte el orden del símil de modo que la disolución del contorno entre los protagonistas y el mundo que los rodea les permite el vislumbre “de lo otro” como una especie de experiencia sexual. En “La llamada”, el huidizo elemento fantástico sacude la intimidad desolada de la narradora y le posibilita la acción mientras que la situación absurda alude a una existencia sin ataduras morales en “Deja libre al pájaro”.

Otros cuentos, como “La silla”, reviven el universo de horror de Mitomanías (1983) la primera colección de cuentos de Soto. El espanto que produce el enfrentamiento con la propia razón, la pérdida de la inocencia y de la felicidad, surgen aquí gracias a una trama en apariencia sencilla y una narración despojada de artificios. El narrador se expresa en plural, recurso empleado en otros cuentos del autor que desarrollan una temática semejante y que aluden a la iniciación en la vida y la crueldad.

En otros momentos, los personajes deambulan por al ciudad, sin rumbo y sin posibilidades de cambiar su entorno. En “Sólo hablamos de la lluvia”, la urbe muestra un aspecto crepuscular y poco a poco, el relato y los protagonistas se van adentrando en la noche y la oscuridad. La Habana se despliega como un conjunto de sitios inhóspitos que se repiten a sí mismos y que se niegan a albergar a los personajes.

En relación con esta preferencia por el ambiente urbano, destaca un párrafo en “El pasajero”, que podría orientar una interpretación posterior de esta narrativa: “Desde el carro, con los vidrios cerrados, hasta San José parece atractivo. Pero no es la ciudad, es esa sensación de estar dentro sin pertenecer a ello, la idea de avanzar aislado de los demás. La ciudad se convierte en un juguete” (p.12).

Por otro lado, “Guaria” reelabora viejas metáforas y temas relacionados con el matrimonio y “Microcosmos” sortea acertadamente el peligro de la alegoría. “Un estúpido cuento de niños”, de manera jocosa y un poco exasperante, parece aludir al acto de la escritura como una experiencia sexual, obsesiva y angustiante.

Aunque algunos de estos relatos habían aparecido en revistas y antologías en el extranjero finalmente se han publicado en Costa Rica. Por suerte, porque la madurez, la ironía, la distancia y el mayor trabajo con el lenguaje hacen de la lectura de este libro de Rodrigo Soto una experiencia agradable, entretenida y, como siempre, inquietante.

La Nación , Costa Rica, 2006

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